29 de julio de 2013

Blogueguería 186: Vuelo blanco de gaviota...



Aquella mañana, al abrir las cortinas de la habitación de hotel, no me cegó el resplandor del azul Mediterráneo, como las mañanas anteriores. Una luz perlada iluminaba de manera extraña, como si hubiese estallado la luna llena y fuese ella la dadora de aquella luz tan plateada: un extraño cielo reflejaba su color gris sobre el mar, que ondulaba rutilante en la lejanía. La arena de la playa había adquirido igualmente un color ceniciento. El horizonte era una tenue línea gris que había que observar detenidamente para apreciar dónde terminaba el mar y comenzaba el cielo. El vuelo de una gaviota tenía como fondo ora el mar, ora el cielo, ora de nuevo se precipitaba a ras de suelo para ser impulsada por una fuerza mayor de nuevo a las alturas. Durante minutos, observé extasiada la danza de ascensos y descensos sobre aquel escenario y aquella sensación de atrayente profundidad del horizonte.


Envidié el albedrío de su vuelo, sin rumbo, la quietud de sus alas dejándose llevar por las corrientes de aire, y su batir, tan seguro y firme, para ir ganando altura. Envidié su ojo avizor que lo observaba todo desde allá arriba: las barcas, los primeros bañistas y paseantes. Envidié su distancia, aquella lejanía que la hacía tan inalcanzable y tan libre. La cercanía a veces nos ciega, como si no hubiese más allá, o nos ofrece una realidad equivocada, cuando menos incompleta. A veces, es necesario dar dos pasos atrás para que todo entre en nuestro campo de visión, abrir el zoom del objetivo de nuestra mente.

A veces, la distancia es una auténtica revelación. Es como ese niño que de repente da su primer paso erguido sin caerse, esa distancia que lo aleja del suelo, que le regala unos centímetros de espacio vital: esa verticalidad que le ofrece esa otra perspectiva desde arriba y ese espacio horizontal que acaba de conquistar. Y sonríe sorprendido de su gran logro, consciente de su descubrimiento: ese primer paso tras el que vendrán millones de pasos. Esa distancia sobre la que irá descubriendo el mundo, conociendo y conociéndose. La conquista de su libertad.

En ese preciso instante no sabe que serán los propios hombres quienes acoten su paso, que tal vez sea él mismo quien renuncie a caminar hacia donde sus pies quieran llevarlo, que renunciará a ser como esa gaviota que extiende sus alas y se deja balancear al antojo de una corriente de aire.


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