14 de noviembre de 2016

El absurdo y la verosimilitud de Ortiz Tafur

La primera vez que leí un libro de relatos de Andrés Ortiz Tafur, 'Caminos que conducen a esto', me hallé días después conviviendo con una decena de personajes que iban y venían, con sus peculiaridades, fraguando historias en mi cabeza. De hecho, llegué a pensar que no era nada descabellado compartir la vida con un hombrecillo de color azul cobalto, para que cuando me muera (ni antes ni después) se muera conmigo. Tampoco me pareció nada ilógico que las naranjas, que estaban en el cajón de la fruta, pudiesen sufrir una mutación y se convirtiesen en manzanas azules, total, todo dependía de mis ojos y no de la realidad de una naranja. Hasta creí ver a las pelotas de tenis del patio de mi casa comenzar a botar ellas solas a la hora de la siesta. Incluso, tras leer Tiro de gracia, estuve a punto de echar al camión de la basura la escopeta de caza de mi padre. Y, de repente, me dije: ¿Pero qué loco genio es este que contagia la locura de su escritura y descoloca de semejante manera al lector? Porque aquellos relatos de Ortiz Tafur eran la hábil transformación de la realidad en el surrealismo y el absurdo, que no es otra cosa que una proyección de la insensata realidad en que vivimos.




Me atreví con su segundo libro, 'Yo soy la locura', temiendo algún que otro desasosiego, como es habitual en esos relatos que sorprenden y te obligan a parar y no seguir con el siguiente hasta haberlos digerido. Y en este, aparecía de nuevo la impronta de Ortiz Tafur, que suele ser el personaje sin nombre, el ser inanimado animado, la presentación de una acción o de un escenario que nos centra en el detalle desprovisto de todo adjetivo. Andrés Ortiz Tafur tiene la habilidad de conducir la atención del lector, sin posibilidad de distracción ni escapatoria. El marcado surrealismo de 'Caminos que conducen a esto' desaparecía, pero podría decirse que 'Yo soy la locura' es un conjunto de relatos en donde se ficciona esa realidad que supera a la ficción. El universo de la pareja y sus pasiones, a veces irreconciliables, a veces aterradoras, a veces desoladoras, y tantas veces en desencuentro, es el protagonista de estos relatos.

Andrés Ortiz Tafur no da tregua. Acaba de publicar su tercer libro de relatos, 'Tipos duros'. Y ahora me acuerdo de Dios. A Dios, Andrés Ortiz Tafur lo trae y lo lleva por sus relatos. Lo convierte en carne, le da de bofetadas... Está claro que tiene algo con Dios y de Dios, tal vez esa manera de escribir derecho con renglones torcidos, porque ya el título del nuevo libro es pura ironía. Tipos duros que se deshacen, que se aferran a soluciones y situaciones absurdas con tal de no perder lo más querido, que inventan vidas de mentira para sobrevivir, que traman posibles conciliaciones para evitar renuncias, que se mueren estando vivos, o viven estando muertos sepa Dios si con el objetivo de evadirse de la realidad. El más realista de los tres libros. Para mí, también el más elíptico, dejando esos finales abiertos, sugerentes, como suspendidos... Tal vez como una sutil metáfora de que nada hay seguro en la vida, de que todo es posible, incluso vivir en el absurdo si ese absurdo conlleva a la felicidad o a escapar de lo que nos hace infelices. El logro de Ortiz Tafur, en 'Tipos duros', además de transitar entre las emociones en que nos vemos reflejados, es ese: convertir el absurdo en creíble y verosímil. Me ha emocionado hasta la lágrima el relato de Tristán. Ring Ring es uno de los más originales tratados de soledad condensados en un relato. Y como en los anteriores libros, Ortiz Tafur, en muchos de sus relatos es el narrador testigo y sella a sus personajes sin necesidad de nombre: el hombre sentado frente a un grifo y la mujer que interesa, en Fruto de la inercia; el hombre sentado en un tranco y el hombre apostado en la pared, en Tiempo al tiempo... En otros tantos es el narrador en primera persona, como en El chico de la máquina, en Mareando la perdiz, en Una casa en el 66...

No hay mejor manera de corroborar lo que aquí he intentado reseñar que leer. Cada relato tiene su particular historia con sus particulares personajes, creíbles o increíbles, pero afines a quien lee, porque toda esa agilidad verbal contundente que describe hechos hasta el absurdo no es otra cosa que un original reflejo del anhelo de felicidad.


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