4 de junio de 2017

Ser quien soy

Así define la RAE esta palabra:
Transexual: Que adquiere las características físicas del sexo contrario mediante tratamiento hormonal o quirúrgico.
Y empezamos mal (seguimos mal) si en esa definición aparecen errores, o cuando menos, se trata de una definición incompleta que solo aborda el concepto desde una de las particularidades del transexual, y es la de optar por la transformación física que le haga sentirse en coherencia con lo que es, es decir, adecuar su sexo morfológico a su sexo mental. No es adquirir las características del sexo contrario, sino de su propio sexo, del que ellos y ellas sienten y no tienen ni morfológica ni hormonalmente. Para ello hay que ampliar el concepto "sexo" a lo meramente físico, y habría que usar el concepto de sexo biológico, mucho más complejo pero necesario para entender la diversidad. Diversidad que siempre ha existido pero se ha mantenido oculta y estigmatizada como oprobio social. Existe una estructura cerebral diferencial entre mujeres y hombres. Existe una estructura morfológica, genital, hormonal y gonadal que diferencia a mujeres y hombres. Es la estructura cerebral, junto con la morfológica y hormonal, la que define al individuo, por tanto, esos, cuya identificación mental no se corresponde con la física, emprenden, desde el momento en el que se es consciente de ello, una lucha interna y social por manifestar y querer ser lo que sienten que son.

Un transexual no es un travesti. Tampoco es lesbiana ni homosexual porque, en su apariencia de hombre o de mujer, les guste un hombre o una mujer respectivamente. Tampoco es un tercer sexo, el transexual es un hombre o una mujer con un cuerpo morfológica y hormonalmente opuesto. No es un colectivo, y me detengo aquí, en esta palabra que tanto gusta a los políticos para hacer de ellos su puñado de votos. La aceptación social del transexual, del homosexual, de las lesbianas... pasa por no segregarlos a un colectivo diferencial. Son hombres y mujeres. Punto. Y me viene a la mente (no sé si literalmente, pero algo así era) esa escena de "Adivina quién viene a cenar esta noche", en la que Sidney Poitier le dice a Roy Gleen (su padre, en la película): "Tú me miras y ves a un hombre negro. Yo te miro y solo veo a un hombre". Tal vez el día en el que de nuestra mente y de nuestro vocabulario desaparezcan tales palabras con la connotación negativa, tal vez, cuando comprendamos que no es el ser humano el que tiene que ajustarse a una realidad impuesta por cuestiones de prejuicio, moral u odios irracionales, sino que ha de ser la realidad social la que se ajuste, con sus leyes y normas de convivencia, con un esfuerzo por la aceptación y la tolerancia, a los hombres y mujeres que la componen con sus diferentes maneras de ser y de pensar... Tal vez entonces se vaya avanzando hacia esa armonía en donde todos encuentren su manera de expresarse y de realizarse, en donde a esa lucha diaria por vivir no haya que añadirle otras luchas por sobrevivir.

"Silvi, preciosa, vántate"

Silvia nació y le pusieron nombre de niño. Hoy es una mujer de dieciocho años. A su corta edad se ha enfrentado a mucho; primero, a ella misma; después a su familia; al tiempo de a todo eso, a la justicia social, más implacable que la justicia divina. Y supongo que, en toda esa lucha, ella ya ha experimentado pérdidas, dolorosas pérdidas. Pero también ha experimentado momentos maravillosos, esos que nos demuestran que no estamos solos, que nos reconcilian con la vida y con el ser humano. Y es que desde el esfuerzo y el intento de comprender, movidos por el afecto y el valor de lo esencial, no cuesta nada aceptar y llamar a las cosas por su nombre. Y nadie tiene culpa de que aquel niño no sea un niño, y la menos culpable en todo esto es Silvia que se encontró con ese pastel, el de llamarse como un niño y tener cuerpo de niño. Ahora ella está ajustando esa realidad. A la realidad aún le queda mucho por ajustarse a ella, aún son muchos los prejuicios, diría que los odios... En definitiva: el miedo. Pero ella (así lo hace público en su Instagram) da la gracias a todos aquellos que están a su lado, que no la dejan, que la acompañan en esta empinada cuesta. Y a una de las personas a las que agradece todo eso es a su abuela María, y lo dice así, con esta ternura:
Gracias, abuela, porque habiendo recibido una educación franquista, cuando vienes a vernos o vamos a verte y pasamos la noche juntas, adoro que me despiertes con un "Silvi, preciosa, vántate, que ya es tarde", aunque sean las nueve y media de la mañana".

Mi admiración también a la tía María, abuela de Silvi y tía mía, por esa capacidad de comprensión, de amor, y de tantas otras nuevas actitudes que han imperado en ella, como ese ejemplo de cambio palpable de la realidad que ha de ajustarse al ser humano, y no el ser humano quien se ajuste con calzador a la rigidez de una realidad que no ofrece respuesta a la diversidad y a la problemática que nos rodean. Y son esas actitudes, las de la tía María y el arrojo de valentía de una joven Silvia, las que hacen posible el triunfo de estas batallas, y hacen la vida así: más tolerante, más fácil, más amable... En definitiva, más humana.

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