1 de febrero de 2018

El momento oportuno

Se llama desencanto. Y el desencanto es una sensación espacial, algo así como vivir en un planeta inmenso y desierto. Es también una sensación interna, íntima y honda, es sentirse seco, falto de energía, como si una vida fraguada en el pasado, en  una idea, en un empeño, en un sentimiento, en una ilusión, hubiese absorbido por completo toda la vitalidad, hasta la soltura del cabello sobre la frente parece pesar. Todo pesa en el desencanto, como una piedra incrustada sobre los hombros.
Es también un aliento agónico, no un desaliento, no. El desencanto respira con dificultad, no encuentra aire que le ensanche los pulmones. 

El desencanto es como algo que se rompe y, al intentar arreglar el desastre, todo es una fisura irreparable. El desencanto es tristeza, la esperanza del que ya nada espera pero quiere dar, desea dar, necesita dar, que renazca la vida en sus entrañas. Es un aborto, es salir del hospital con el vientre y las manos vacías. El desencanto es un mal grave, pero no mortal. Es mucho peor la claudicación. El desencanto solo espera un giro, un momento oportuno. El momento oportuno.






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